jueves, junio 01, 2006

Nación, ¿en qué estado está el debate?


Desde siempre me ha interesado la política, y, aunque me haya afectado a mi reputación, siempre he sido de los que he visto el debate por la tele muchos años, siempre que podía. Sin embargo este año, en directo, no vi ni un solo fotograma.

Algunos dirán: te perdiste el encendido de una mecha llamada traca-Rajoy, otros manifestarán el suspiro aliviado de quien tiene la certeza de una cabeza visible no sólo en los diferentes ámbitos de la política general, sino también cara a cara con la grada quilombera de la derecha del hemiciclo. Otro sin embargo, me dirá “¿El qué?, ¿el estado nacional del debate? Pues a mi no me gusta discutir.” Y cuando le dices que es el debate político más importante del año. Te contesta sin sonrojo que no le interesa la política.

En este marco, de virginidad política actual, la reflexión que me surge tras los comentarios que llegan, es hasta qué punto la política, y sobre todo, sus protagonistas directos e indirectos, están culpabilizados de este desencuentro entre la Política y la ciudadanía. Sabiendo que una se fundamente en la otra y viceversa.

O bien sea la complejidad del debate político, por su necesidad de estar al día de la coyuntura de los distintos ministerios políticos, por la burocracia institucional o por lo inaccesible que puede llegar a ser los eufemismos, circunloquios, metáforas y otros recursos de la dialéctica parlamentaria; o bien sea la masiva ignorancia política de la ciudadanía que ha aprendido a protestar con libertad, pero aun no sabe ni dónde, ni cómo, ni porqué participación pública podría solucionar este desencuentro social entre políticos y ciudadanos. Cuando en realidad, todos debemos ser ciudadanos políticos por interés propio y general.

Desde el punto de vista del ciudadano, es emocionalmente más sencillo, odiar a la clase política por sistema. En resumen, se trata de acordarse siempre de los derechos que podemos disfrutar en esta singular nación, y pasar por alto siempre que podamos los deberes que esa misma nación necesita para seguir sana y eficiente.

Desde el punto de vista de la clase política, la política es como un agujero negro dentro de la propia sociedad, donde el espacio y el tiempo se mezclan en una vorágine de mensajes, respuestas, apariciones públicas, actos, más actos, re-actos, inauguraciones, charlas, etc. donde pierdes la perspectiva de la utilidad casi todos los días. Y sin olvidar ciertos factores fundamentales para entenderlo todo: el propio partido, con sus marrulleras relaciones internas dignas de cualquier familia perfecta; y la clase experta, formada por periodistas y comentaristas, que siempre tienen una opinión mordaz, pero nunca tienen peligro de expulsión por injuria. Así pues, los políticos se sienten tan víctimas de la propia política que lo único que intentan es sobrevivir en este mundo cerrado, donde los mensajes se escriben con literatura metafórica, indirecta y difusa, el formato es televisivo y el debate tan estratégicamente definido, que nunca las partes pueden llegar a entenderse.

Así pues entiendo perfectamente al ciudadano que lejos de controlar el día a día político, se conforma con el esquema mental de una lucha por el poder entre la derecha y la izquierda (sin saber lo que significa), que les aleja de las instituciones, del debate y de la preocupación por la participación. Por otro lado, también entiendo al político, que vive angustiado por encuestas, agendas, y ruido informativo.

Evidentemente, el estado del debate en la nación no es saludable. Ojalá los estrategas políticos pudieran pararse a pensar en una política accesible, clara y fácil para los ciudadanos, donde se expliquen las directrices y se omitan los enfrentamientos dialécticos. Un esfuerzo real para conseguir que los ciudadanos se consideren clientes de la empresa política y todos nos sintamos con el deber de control al gobierno y a los partidos desde el prisma de consumidores y con criterio no sólo individual sino de Estado.

martes, mayo 30, 2006

El deporte nacional


Quiero hacer un homenaje al pueblo español. Continuamente van saliendo estadísticas más o menos fiables en la que los españoles salimos siempre mal situados, si no se habla de fiesta o de gastronomía. Por ejemplo en el trabajo, somos los más ineficientes pues pasamos más horas que nadie delante del ordenador, y sin embargo, los niveles de efectividad dejan mucho que desear. Por ello, y lejos de echar más leña al fuego, mi homenaje se basa en nuestro deporte nacional: arregla el mundo con un cafelito, sin tener ni puta idea.

Sin ir más lejos, el próximo mundial de fútbol nos aporta un magnifico trampolín para exhibir el claro potencial español. Mientras los aficionados de medio mundo están deseando que empiece el mundial para disfrutar con los goles y jugadas de sus compatriotas, nosotros seguimos hablando del partido del sábado, del golazo que marcó Morientes, del sistema de juego tan claro que puso Aragonés, y sobre todo de cuantos goles de diferencia le vamos a marcar a Brasil en cuartos. La famosa frase de lo importante es participar, no se refiere al deporte como competición, sino al satisfactorio deporte de despotricar de todo el mundo y quedarse más ancho que alto.

Todo está mal o todo se puede mejorar y yo sé como hacerlo. En líneas generales este es nuestro sistema de juego para hacer alineaciones, sustituciones, combinaciones e incluso para cagarse en el pariente más cercano de jugador, árbitro o entrenador. No lo podemos negar, lejos de disfrutar del hecho de animar y sentirnos participes de un proyecto común, en el fondo nos mola que caigamos siempre en cuartos para poder tomarnos el cafelito y explicar con pelos y señales las claves del éxito y del fracaso. No vemos a la selección española de fútbol como una apuesta deportiva en un gran evento, sino como la mina de oro para hablar con el inaccesible jefe, cambiar la meteorología por el fútbol en el ascensor o juntar a la familia en una misma mesa y sentirte padre ejemplar. Por eso, cuando estamos al final del partido y vamos perdiendo, nos entra la sonrisa de satisfacción, pues tenemos material para una buena temporada.

Ojalá nos eliminen pronto en el Mundial y podamos seguir presumiendo allende de los mares de contar entre nuestras filas de grandes pensadores sin necesidad de tocar un libro. De lo contrario una gran depresión maligna ocupará nuestra sociedad. Seremos los mejores en fútbol y unos desgraciados en nuestros quehaceres cotidianos.

Así pues, que gane el mejor, España favorita a vivir del cuento y los españoles… la mar de contentos.

La ética del sexo


El pasado fin de semana estuve en una charla en la que tratábamos el complejo tema de la prostitución, centrándose el debate definitivo en la posibilidad de regular este mercado, presente desde la antigüedad, o abolirlo por razones éticas.

Ambas posturas parten de la evidente necesidad de dar solución a un foco de injusticias sociales que abarcan cotas muy altas en lo laboral, reconocimiento social, violencia, etc. Pero la tendencia abolicionista aboga por una injusticia aun mayor, la basada en la ética actual. Para este colectivo la prostitución constituye una práctica deplorable éticamente, por la violencia moral que constituye el hecho de vender tu cuerpo a cambio de dinero. Por ello, proponen la abolición, aun sabiendo que en numerosas épocas de la historia ya se prohibió duramente sin éxito, pues la realidad confirma que sigue en la calle.

Respecto a la prostitución, mi postura se basa en conocer las injusticias para solucionarlas. Mi objetivo es el bienestar de las mujeres, y en menos medida de los hombres, que ejercen la prostitución. Por ello, propongo, como muchos, la regularización del mercado del sexo para que se establezcan unas condiciones laborales y sociales dignas en un mercado que sabemos con certeza que nunca va a desaparecer. Será un proceso temporalmente amplio, hasta que la prostitución consiga ser una profesión especial, al que se puede acceder y salir sin que te cueste tu vida y la de los que te rodean. Si eliminamos las mafias, las pésimas condiciones de los centros de trabajo, si existieran medidas de control sanitario y social, ¿Por qué no puede ser un mercado atractivo para quienes quieran trabajar poco tiempo y ganar mucho dinero, sin que esa práctica les sea un estigma para toda su vida?

Debemos cambiar las circunstancias del mercado del sexo, para que socialmente no sea marginal, ni moralmente reprobable. Y a los que consideran la prostitución éticamente rechazable, me gustaría decirles que vender sexo es quizás comerciar con la práctica humana más bella, satisfactoria y plena, siempre y cuando las condiciones lo permitan. ¿Por qué no se consideran contrarios a la ética la pornografía, los espectáculos sexuales, las líneas eróticas o los anuncios de contactos en los periódicos de ámbito general? Nada es éticamente bueno o malo por si mismo, sino por las circunstancia que lo rodean, y es menester que la sociedad cambie estas circunstancias injustas para poder vivir mejor siempre, no para poder dormir mejor hoy. Los principios éticos nos deben ser la guía en el camino social, nunca un axioma del bien o el mal.